Y odio enormemente cómo lo haces.
A veces tengo la sensación de que he hecho autostop
y que me ha recogido un camionero temerario y chulesco. El brazo izquierdo
apoyado en la ventanilla, la mano derecha sobre el volante. La carretera reflejada en tus gafas de
sol. Tus comentarios sexuales sobre las chicas que cruzan los pasos de peatones
que tú casi te saltas.
Pero otras veces me sorprendes cambiando la
mano que controla el volante y colocando la derecha sobre mi muslo izquierdo.
Lo acaricias.
Lo aprietas.
Dibujas siluetas de cosquillas.
Carreteras entre las costuras de mis vaqueros.
Lo aprietas.
Dibujas siluetas de cosquillas.
Carreteras entre las costuras de mis vaqueros.
En ese instante me dejo llevar por el transportista, observando tu perfil creado por la luz a través de la ventanilla, la cabeza ladeada hacia mi, tus labios húmedos farfullando anécdotas del trabajo.
Palabras que no escucho porque bien sabes lo
dispersa, despistada y deficiente de atención que soy (para lo que te interesa, dirías).
Sobre todo si mueves la mano para colocarla entre mis muslos. (eso me interesa, te diría).
Sobre todo si mueves la mano para colocarla entre mis muslos. (eso me interesa, te diría).
Qué
calentita estás ahí. Comentas entre frases mientras
enganchas, clavas el ancla.
Y más lo estaré (Pienso esbozando una sonrisa
tonta que seguramente hará que pienses que conduces bien, que me encanta que si
se cruza un perro no puedas esquivarlo porque tienes una de las manos ocupada
con el calor de mi pelvis o que yo no me mareo cuando el coche lo llevas tu.)
si no dejo de imaginarte sin ropa.
Odio tremendamente cuando llevas el coche
porque, si no conduces tú, te mareas.
Pero sabes que una cachonda como yo,
con
ponerle la mano en el potorro tiene para calmar su ira.
Así de simple soy…. y así de enganchada me tienes.