Cuando ya no puedo casi
encontrar las cosas que guardo en la esquina que queda entre la nevera y la
pared es inevitable salir de casa.
Salir a recorrer todos los
contenedores de mi calle. Cada uno de un color, claro, con la intención de
evitar que te despistes.
Es extraño esto de tirar
la basura reciclar.
Estás toda la semana separando
envoltorios de comida, botes de cristal, cartas de publicidad… Te conviertes en
“El amo de la separación" o en “La ama de la segregación”.
Luego es posible que se te
cuelen unas camisetas blancas con la ropa de color y aparezcan todas teñidas de
rosa palo.
Pero vamos, eso no te importa
tanto.
Porque el día que acabemos con
este planeta por no saber tirar la basura reciclar, a nadie le importará que
mueras con tu camiseta preferida desteñida de ese color horrible denominado “rosa
palo”.
Pero bueno, a lo que iba.
Reciclar parece una tontería hasta que sales de la puerta de tu casa cargada
como una china (comentario referente a mi sobrenombre de segregadora) y
empiezas a subir la calle en busca de los contenedores de colores. Puede que
pienses que es una tontería. Lo sería si no estuvieran esos deplorables seres
denominados “captadores”. A los que les importa una mierda a dónde vas, qué
llevas en las manos…
- ¿Tienes 3 segundos?
- No, para ti no tengo ni uno.
Seres que te hacen creer que
eres la peor persona del mundo por el hecho de no pararte a escucharles.
- ¿Te preocupa el medio
ambiente?
- No.
- ¿No te preocupa el medio
ambiente?
- No, lo más mínimo.
Aunque estés cargada hasta
arriba de vidrio, papeles y tapas de yogurt.
- ¿Sabes cuántas proteínas tiene
este sobre de papilla con el que podemos alimentar a no-se-cuantitos nenes
hambrientos?
- ¿Y tú sabes lo jodido que es
tener que cruzarme contigo?
Qué suerte tiene el tercer mundo
de no cruzarse con estos seres.
De verdad, ¡No vayáis por ahí
cabrones!
No juguéis con mis sentimientos,
no rompáis el espacio privado que tenemos al salir a la calle.
Ese espacio íntimo que
respetamos en el cajero automático, aunque sea el del parking del coche.
Incluso respetado a los perros, por el miedo a una mordida inesperada.
Qué pena no poder morderte la
yugular y dejarte en el suelo tirado junto a mis envoltorios de comida.
- Es usted una señora muy
maleducada.
- ¿Señora? ¿Me has llamado
señora?
Y es por esto que acumulo todo
lo que puedo en el hueco que hay entre la nevera y la pared. Y que, cuando ya
no encuentro las cosas, salgo de casa.
No por repartir el plástico, el
papel o el vidrio. No por tener que aguantar a la Cruz Roja, Intermon o Greenpeace…
Lo que jode realmente es haber
pasado de los treinta y se dirijan a mi como “señora”.
Cuando el mundo se acabe
recordaré tu cara e iré a buscarte para vengarme.
Recuérdalo: Seré la señora
que te molió a palos antes del
juicio final.
Si.
La señora de la camiseta
desteñida de ese color horrendo denominado “rosa palo”.