El día que llegaste a entrar fue porque yo lo
quise.
Abrí la puerta despacito, con miedo a que no te gustasen los muebles y la colocación de mis ideas.
Pero tú entraste sin más, dando un portazo a tu espalda. Con la mirada segura y el semblante serio de un explorador que acaba de descubrir una tumba en Egipto.
Abrí la puerta despacito, con miedo a que no te gustasen los muebles y la colocación de mis ideas.
Pero tú entraste sin más, dando un portazo a tu espalda. Con la mirada segura y el semblante serio de un explorador que acaba de descubrir una tumba en Egipto.
Merodeaste entre las cosas que hacen segura mi
estancia y al llegar a la cama te sentaste y te quedaste mirando fijamente la
pared.
- Ahí pondré un cuadro mío.
Espetaste sin consideración alguna sobre si yo quería
o me gustaría tu obra.
- Lo traigo aquí, ayúdame a colgarlo.
¿Y ya esta? ¿Entras en mi celda y te apropias de
ella?
¿Qué tipo de egoísmo es este?
¿Te gustaría que yo pusiera lo que quisiera dentro de tu espacio también?
¿Te gustaría que yo pusiera lo que quisiera dentro de tu espacio también?
Aunque es verdad, que si me dejaras, pondría tantas
cosas dentro de ti con la única satisfacción de darme placer...
- Mira cómo queda, es perfecto. Así podrás verlo
siempre antes de cerrar los ojos y marcharte al Nirvana.
Y jodidamente tenías razón.
Porque siempre es más bonito ver tu cuadro ,ver lo de afuera. Lo de dentro se pudre, se enferma, se enmaraña.
Nunca llegas a conocer totalmente a nadie.
Todos guardamos alguna basura sin tirar, algún trapo sin coser, algún deseo de cuarto oscuro y manos en la entrepierna.
Ahora sé que la única manera de llegar a ti es pintar un cuadro y colgarlo frente a tu cama.
Ahora sé que la única manera de llegar a ti es pintar un cuadro y colgarlo frente a tu cama.
Pero eso es otra historia, y ahora debo aprovechar la ocasión y quitarte la ropa frente al paisaje.
No hay comentarios:
Publicar un comentario