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3 de mayo de 2013

Clases de Tiro

Siempre vuelvo a tu cita. Más tarde o más temprano. Siento que la necesito.
Mis dedos van en busca de los tuyos marcando el número de la tarjeta de contacto. Esa que explica claramente tus servicios y que tanto me excita sólo con sostenerla en la mano.
Y nunca te he dicho lo importante que eres. Quizás tú  lo sabes.
Tengo libre hoy a las 6.

Llegar a tu olor a golosinas. Escudriñar tu silueta de espaldas y la sala en la que siempre me haces esperar. Las cortinas, algún juguete sobre la mesa, las revistas que hacen que se haya parado el tiempo el día que el príncipe se casó o que Belén Esteban destrozó químicamente quirúrgicamente su nariz.
Esperar mi turno viendo cómo salen los clientes ya satisfechos.
Porque hay más que también necesitan de tus dotes. Y yo muero de celos clavando mi cuerpo en la silla. Quizás eso... tú  lo sabes.

Y es que me jode no estar a solas. Que me dediques todo el tiempo que quiero. Pero aquí mandas tú. Es tu territorio y son sus reglas.
Espera que acabe con el cliente, después vas tú.
Así que me toca esperar. Porque sé que tus dedos me extrañan. Y quizás tú lo sabes.

Recorrer el pasillo cuando escucho mi nombre.
Recuéstate. 
Me susurras y me dejo llevar siguiendo tus órdenes. Tus manos expertas, que acarician, desenredan, mojan y sostienen mis ideas.
Y cierro los ojos revaluando lo bien que estaríamos a solas. Me dejaría hacer muchas más cosas por tus manos en mucho más tiempo.
Tú intentarías explicarme lo importante que es para ti estar el mismo tiempo con cada cliente.
Yo mostraría resistencia. Como abrir una cuenta de Facebook y no escribir nada, ni siquiera darle a me gusta. Resistencia pasiva. Protesta silente.
Pero con la excepción de entrar en tu perfil y olisquear tu vida. Voyeurismo biográfico.
Perdería la discusión. Pero eso tú, ya lo sabes.

A estas alturas de nuestra cita planificada me llega la desolación de pensar que pronto acabarás conmigo. Que me estoy secando y que empezarás a peinar palabras complacientes. preparando el terreno para que pueda irme con una satisfacción alta que te consiga más clientes. El boca a boca.

Pero yo no quiero exactamente esa boca sin acción. Si lo supieras me cortarías mucho más las palabras insulsas con las que intento alargar tus cuidados.
Dejarías de mostrarme en ese pequeño espejo que sostienes sobre tus pechos.
Que aunque no son los de  Nadine Labaki o Anna Galiena, me hacen querer destruir esta locura. ¿Lo sabes?

Asir un arma de fuego violenta y obsesivamente apagando las sonrisas de las citas que te quedan. Aún sabiendo que nunca tuve gran puntería, que fallaría el tiro de gracia dejándonos a solas sobre un charco de sangre.





Disfrutando, en esta peluquería, de la trastornada idea de que seas sólo para mí.


Como la sensación de adrenalina y sudor que se te queda, cuando terminas las clases de tiro. 
Y esto tú, nunca lo sabrás.

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