Fondo

22 de febrero de 2013

El “A veces“ constante


Cuando saco el álbum de fotos  la gente a mi alrededor  se vuelve en blanco y negro. Las fotos, en cambio, se me aparecen en movimiento. Como un zoótropo del pasado… al que sólo accedo yo.
Una sala de cine que todos entienden “a veces” en “ausencias”. Ausente como quedarte sorda escuchando el mar. El cine como mar de ausencias.



Cuando entro en esta sala de cine veo el día que caminaba con una amiga, de regreso a casa después de trabajar en el campo. Tras horas de caminata miré hacia atrás y vi que mi mano derecha arrastraba sólo una cuerda. La mula no estaba. No sé cuánto tiempo llevábamos hablando, pero no nos dimos cuenta. Tuvimos que deshacer el camino andado. Volver hacia atrás a por “Consuelo”. (Mal de muchos, “consuelo” de tontos). Estaba quieta esperándonos. Como si la hubiéramos abandonado nosotras. Aún me meo encima cuando lo recuerdo. La edad evoca sólo algunas cosas de manera repetitiva. La edad, además, hace que te mees encima. Es lo único que tengo en común con Concha Velasco.


En otra sala están todas las fotos que nunca tendré.
Mi madre sentada en la cama leyéndome un cuento.
Emborracharme en un aparcamiento.
Mi padre sentado conmigo en una mesita pequeña, imaginando que tomamos café con mis peluches.
El placer de la primera relación sexual.
Pasar el tiempo en la cocina sin la intención de cocinar, como las chicas de oro.
Yo creyendo en Dios.
Follando en un ascensor.
Practicando kun-fu.
Una buena raya en un cd de los pecos.
Ser albañil.
Decir guarradas en la cama.

Para salir del cine debo pasar por el día que llegaron las “malas lenguas”, hablando del aborto de la hija de la venta del pueblo. Unas decían que acababa de llegar de Londres. Otras, que había estado encerrada en casa y que esa mañana habían tirado el feto a los cerdos. Nunca supe cuál había sido la historia verdadera. Ni siquiera si esa muchacha había estado embarazada de verdad. El día que íbamos en busca de la mula, mi amiga me hablaba de que aún le quedaba echarle de comer a los cerdos, y a su marido.
Ya dije que la edad evoca cosas puntuales, de forma repetitiva.

Así que cada día se convierte más y más, en un “a veces”, muy constante.

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